El coste espiritual de un nivel de vida más alto

Desde que se produjo la revolución industrial sin lugar a dudas el nivel de vida ha mejorado, sobre todo para muchos de los que vivimos en Occidente.

Hubo una época, de esto no hace tanto tiempo, en que los teléfonos, los televisores y automóviles eran objeto privilegiado de los ricos, bienes con los que los pobres tan sólo podían soñar. Sin embargo, ahora, incluso las personas objetivamente pobres de las naciones desarrolladas poseen sus teléfonos celulares, receptores de televisión y ordenadores.

Más aún los hijos de esas mismas familias, pobres o ricas, pueden llegar a ser propietarios de teléfonos móviles con apenas tres o cuatro años de edad, por no hablar de juguetería electrónica de lo más sofisticado y variado. Por supuesto, los adultos también disponen de sus propios juguetes: avionetas, máquinas cortacésped del tamaño de un mini-coche, botes y motocicletas.

Lo triste es que para disponer de estos caros juguetes no hace falta poseer dinero para comprarlos, basta con conseguir un préstamo. Debido a todas estas posesiones materiales, nos hemos persuadido a nosotros mismos de que las cosas nos van mejor que antes, y que hemos mejorado la calidad material de nuestra vida. Pensamos que adquirir más posesiones nos hará más felices y holgados; ahora bien, la adquisición desaforada sólo produce hambre de alma, convirtiéndonos en seres cada vez menos felices. Nuestras almas se sienten atrapadas en la morralla de los bienes materiales. Las enseñanzas bahá’ís nos enseñan:

Hoy vemos a nuestro alrededor cómo las personas procuran rodearse de todas las comodidades modernas y de lujo, sin negarle nada al lado físico y material de su naturaleza. Pero tened cuidado, no sea que por pensar demasiado en las cosas del cuerpo os olvidéis de las cosas del alma; pues los progresos materiales no elevan el espíritu humano. La perfección en las cosas mundanas es una dicha para el cuerpo humano, pero en modo alguno glorifica su alma.  -La sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá, pp.78–79.

Si empleamos la felicidad como rasero, muchos llegaremos a comprender que, pese a nuestro elevado nivel de vida, somos menos felices que las personas que nos precedieron. ¿Por qué?

Quizá porque cuanto más tenemos, tanto más denodadamente hemos de trabajar para mantener ese mismo nivel de vida; y cuanto más trabajamos, menos tiempo y energía nos queda para nutrir nuestra mente y alma mediante la meditación, la lectura de libros, cantar, pintar, pasar el tiempo con la familia y los amigos, ayudando a los demás. Todas estas cosas nos reportan auténtica felicidad, tal como ‘Abdu’l-Bahá explica:

Si el hombre está privado de los dones divinos y si su placer y felicidad están restringidos a sus inclinaciones materiales, ¿qué diferencia o distinción hay entre el animal y él? En realidad, la felicidad del animal es mayor, porque sus necesidades son menores y sus medios de vida más fáciles de conseguir. Aunque es necesario que el hombre se esfuerce por satisfacer sus necesidades y comodidades materiales, su necesidad real es la adquisición de las bondades de Dios. Si está privado de las generosidades divinas, los atributos espirituales y las buenas nuevas celestiales, la vida del hombre en este mundo no ha de dar ningún fruto digno. Mientras posee vida física debería echar mano de la vida espiritual, y junto con las comodidades y felicidad corporales, debería disfrutar del contento y los placeres divinos.   -‘Abdu’l-Bahá, La Promulgación de la paz universal, pp.387–388.

Casi todos estamos de acuerdo en que nuestro sistema económico nos proporciona más bienes y dinero, pero disponer de más no necesariamente significa lo mejor. La filosofía de «cuanto más mejor» nos ha conducido a la mentalidad adquisitiva que nos lleva a adquirir cuantos más medios materiales como nos sea posible. Esa mentalidad es la causante de la enfermedad que empuja a que la sociedad mida los logros humanos sobre la base de la acumulación y apropiación de más y más posesiones, pasando por alto los aspectos emocionales y espirituales de la propia vida.

Esta falta de espiritualidad es la causa radical de la mayoría de los problemas mundiales. A los bahá’ís se nos anima a hacer presente la espiritualidad en nuestras actividades económicas, por todas las vías posibles. Ello puede consistir en algo tan sencillo como recitar una oración por los pobres, o tan abultado como emprender un proyecto multimillonario destinado a eliminar la pobreza o erradicar la enfermedad; o puede consistir en pagar precios justos, evitar el despilfarro, ser honrado con las reclamaciones de seguros, o hacer donaciones a fondos caritativos.
Algunos confunden un mayor nivel de vida con la prosperidad. Disponer de más cosas no se traduce en ser más feliz. De acuerdo con el Legatum Prosperity Index, la prosperidad consiste en:

una casa que llevar adelante, una familia que criar, una comunidad a la que se pertenece, gente que nos importa
es compasión y generosidad, es salud, es educación, es verdad e integridad, en la política, en los medios de difusión, en los negocios. Es paz y seguridad.
es oportunidades de trabajar, ganar un salario, ahorrar, salir adelante en la vida, innovar, correr riesgos, tener éxito (o fracasar)
es libertad frente al hambre, la enfermedad, la esclavitud, la pobreza, el conflicto, expresar nuestros pensamientos, votar, seguir nuestras creencias. Es esperanza, espacio para respirar y tiempo para rehacerse y recrear es dar lo mejor de sí y ayudar a los demás a hacer lo propio

Los bahá’ís creen en la verdadera prosperidad y son conscientes de su mayor amenaza:

… La verdadera prosperidad, el fruto de una coherencia dinámica entre los requisitos materiales y espirituales de la vida, dejará progresivamente de estar al alcance de las personas en la medida en que el consumismo actúe como un opio del alma humana.     –La Casa Universal de Justicia, 2 de marzo de 2013

La cuestión sigue en pie: ¿Deseamos un nivel de vida superior a cualquier precio, o procuramos la verdadera prosperidad para nosotros mismos y para todos los demás? La decisión es nuestra y el precio que toca pagar, también.

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