Breve resumen de la fe bahá'í

Todas las religiones son en esencia una sola

La Fe bahá’í es una religión mundial originada en 1844. Los bahá’ís siguen las enseñanzas de Bahá’u’lláh (título que significa la Gloria de Dios), a Quien reconocen como Mensajero de Dios. Bahá’u’lláh nos enseñó que el Dios al que todos adoramos es el mismo Dios, aunque nos refiramos a Él con diferentes nombres: Alláh, Yahveh, el Creador, o el Poder Supremo. En realidad, no podemos conocer a Dios pues ello supera con creces nuestra capacidad de comprender Su Esencia. La única forma en que podemos intentar percibir Su Grandeza y sentir Su Amor hacia nosotros es a través de Sus Mensajeros. Asimismo, los bahá’ís creen que con el curso de los milenios, de época en época y en diferentes partes del mundo, ha aparecido un reducido número de estos Iluminados. Los bahá’ís creen que Bahá’u’lláh es el Maestro más reciente. La Fe bahá’í no trata de socavar a ninguna religión. Antes bien, reconoce las misiones de las grandes religiones del mundo como etapas en la evolución de la vida espiritual de la humanidad.

Cuando cada una de ellas es examinada con detenimiento y prescindiendo de los rituales que sus seguidores han añadido en el curso del tiempo, resulta evidente que todas ellas aportan las mismas enseñanzas espirituales de amor y buena voluntad hacia toda la humanidad, enseñanzas que cambian los corazones y aportan nueva vida al mundo. Las únicas diferencias que se aprecian son las relativas a las enseñanzas sociales, enseñanzas que difieren puesto que los Mensajeros de Dios vienen al mundo en diferentes épocas y contribuyen enseñanzas que sirven a las necesidades de la época en que viven. Krishna, Buda, Zoroastro, Abraham, Moisés, Jesús y Muḥammad son todos ellos Mensajeros de Dios, aparecidos en diferentes épocas de la historia cuyo curso ayudaron a cambiar. Las Enseñanzas de Krishna trajeron la civilización a la India y países vecinos. Moisés también fundó una gran civilización tras rescatar a su pueblo del cautiverio. Buda llevó la luz a los pueblos de Asia. En Persia las Enseñanzas de Zoroastro cambiaron una cultura enraizada en la superstición. Jesús alteró el curso del mundo occidental. Muḥammad elevó y unificó a un pueblo desunido e inculto que llegó a convertirse en una nación. Cada una de estas Manifestaciones de Dios colmaron las profecías del Mensajero que les había precedido, y a su vez prometieron la renovación de la religión en el futuro.

El eje en torno al cual giran las Enseñanzas bahá’ís es la unidad de la raza humana, vista ésta como una sola familia, creencia que borra las trazas de enemistad y prejuicio que albergan los corazones de los hombres. Mediante la ciencia y la tecnología, somos capaces de viajar a cualquier rincón del planeta en un solo día y comunicarnos entre nosotros al instante. Las naciones dependen de la colaboración mutua, a tal punto que la necesidad de comprensión y ayuda entre todas las naciones constituye un precepto generalmente aceptado. Por tanto, es posible hoy día para la humanidad concebir el ideal de unificar el planeta como realidad factible. Sólo mediante la unidad resulta posible resolver los problemas que el mundo experimenta en la actualidad. El propósito de la Fe bahá’í es el de borrar toda huella de enemistad y odio de los corazones humanos, y unir el mundo entero formando una sola familia. Los Escritos bahá’ís proporcionan el esquema institucional necesario para el establecimiento de una sociedad pacífica. Entre estas instituciones se incluye: una federación o mancomunidad mundial que preserve la independencia de todas las naciones y que esté dotada de un parlamento mundial, en el que todos los gobiernos queden representados; un brazo ejecutivo que administre las leyes; y un tribunal que dirima las disputas. Una economía mundial, un sistema universal de pesas, medidas y divisas, así como la adopción de un idioma auxiliar y de un sistema de escritura son asimismo rasgos de esta mancomunidad mundial. Los recursos del planeta deben resguardarse para beneficio de todos. La humanidad, libre de guerras y luchas, estará en condiciones de trabajar por la consecución de tales metas, elevando los niveles de vida, avanzando la educación, eliminando la enfermedad, desarrollando las artes y las ciencias y cultivando su vida espiritual.

Otra enseñanza importante es la investigación independiente de la verdad. Debemos buscar la verdad por nosotros mismos y no seguir ciegamente los pasos o costumbres ajenos o las tradiciones del pasado. La ciencia y la religión deben ir de la mano. La religión que depende de la fe ciega, antes que de la razón, es superstición, y puede degenerar en fanatismo. Se nos ha dado un intelecto para investigar toda verdad, incluyendo la verdad religiosa. La educación universal, otra enseñanza bahá’í, proporciona el marco necesario para que todos dispongan de oportunidades equitativas a fin de que hombres y mujeres sean capaces de avanzar con igualdad; de modo que la mujer ocupe en el mundo el lugar que legítimamente le corresponde y así bregar, codo con codo, con los hombres por el logro de la paz y prosperidad humanas. Bahá’u’lláh aboga por la eliminación de los extremos de riqueza y pobreza y el abandono de toda forma de prejuicio. Los Escritos bahá’ís aportan además orientaciones que ayudan a la persona a desarrollar las cualidades espirituales e intelectuales que subyacen a su naturaleza profunda, y por tanto contribuir a una civilización en constante progreso. Además de la oración, que nos ayuda a volvernos espirituales, el trabajo realizado en espíritu de servicio es tenido por los bahá’ís como adoración. El servicio a la humanidad es el empeño más meritorio.

Dos han sido los Mensajeros que han aportado al mundo actual las Enseñanzas de Dios. Los dos proceden de Irán, la antigua tierra de Persia. El primero recibió el título del Báb, o Puerta, título con el que se significa su carácter como precursor de otra manifestación. Según se refiere, de niño, el Báb era un ser puro, manso, de corazón tierno y modales suaves. Su sabiduría, conocimiento y capacidad de comprender los temas más propios de un adulto causaron asombro entre todos. Cuando creció, se empleó como comerciante ganándose el respeto de todos debido a Su honradez y sentido de la justicia. En cierta ocasión un hombre compró un artículo en su nombre por el que pagó en exceso. El Báb le dijo que debía devolverlo y recuperar su dinero, alegando que no toleraría engaños ni animaría a nadie a ser deshonesto.

En otra ocasión, el Báb pagó más del valor de mercado por un artículo que se Le había vendido; lo hizo porque, a Su juicio, el valor del artículo era muy superior al solicitado. Por estas mismas fechas, había almas despiertas que ya habían predicho la llegada de un nuevo Mensajero de Dios y que instaban a sus discípulos a salir a Su encuentro. Dieciocho discípulos, sin mayores auxilios, dieron con el Báb, Quien los despachó para difundir Sus nuevas enseñanzas de justicia, misericordia y amor. Conforme el número de seguidores e influencia del Báb iba en aumento, el Primer Ministro y los dirigentes religiosos del país se sintieron amenazados. Lo desterraron a una remota fortaleza. Pero el Báb se ganó el respeto y la admiración de las autoridades carcelarias y de la población de la zona, la cual acudía a Él para recibir las bendiciones diarias o resolver sus disputas. En aquellas mismas circunstancias, el Báb reveló Su libro más importante, libro en el que predecía que habría de sucederle una Revelación mayor que la Suya. El Báb fue desterrado una vez más.

Sin embargo, las autoridades convinieron en que Su influjo sólo podría atajarse si se Le daba muerte. La vida del Báb llegó a su fin ante un pelotón de ejecución cuando Éste tenía 31 años de edad. En Su corto ministerio de seis años el Báb atrajo a muchos hacia Su causa. Veinte mil seguidores sacrificaron la vida antes que renegar de sus creencias. Tras la muerte del Báb, apenas quedó una reducida banda de seguidores que se hallaban derrotados y desprovistos de guía. La nueva Fe habría quedado extinguida de no haber sido otra la voluntad de Dios. Algunos seguidores descarriados atentaron neciamente contra el Shah. Entre los seguidores del Báb que fueron culpados por el atentado figuraba un joven noble, Quien fue arrojado a un calabozo. Fue allí en donde recibió las primeras vislumbres de Su estación profética. Ese hombre era conocido como Bahá’u’lláh, título que significa la Gloria de Dios.

 

Bahá’u’lláh nació en el seno de una rica familia. Su padre era noble de nacimiento. Desde la infancia, Bahá’u’lláh parecía poseer un poder notable acompañado de una generosidad y amabilidad ilimitadas. No necesitó de escolarización formal, pues poseía conocimiento innato, al igual que el Báb y todos los demás Mensajeros de Dios. Su inteligencia y capacidad espiritual eran cosa reconocida por todos. Las personas acudían a Él para resolver sus problemas. Cuando el padre de Bahá’u’lláh falleció, Bahá’u’lláh rechazó el puesto en la corte que se le ofrecía, y que Bahá’u’lláh rechazó dado su desinterés por títulos o pompas. Antes bien, deseaba defender a los oprimidos y ser un refugio para los pobres y necesitados.

Después de declarar Su misión, el Báb envió a uno de Sus discípulos con varios Escritos Suyos a fin de encontrar a su destinatario, esto es, Bahá’u’lláh. Bahá’u’lláh, tras reconocer aquellos Escritos como la verdad, Se alzó para difundirlos.

Tras ser liberado del calabozo, Bahá’u’lláh fue exiliado a Bagdad. Comenzó entonces a reanimar a los desmoralizados seguidores del Báb, quienes ya habían llegado a esta ciudad antes que Él,  a fin de guiarles de nuevo por la senda espiritual. La fama e influjo de Bahá’u’lláh se difundieron, transformando incluso a los funcionarios y autoridades religiosas del país, a tal punto que el gobierno y clero se vieron obligados de nuevo a enviarlo al exilio, primero a Constantinopla (la actual Estambul) y posteriormente a Adrianópolis (la actual Edirne), ambas ciudades del Imperio otomano. Antes de Su exilio en Turquía, Bahá’u’lláh reveló Su estación ante un grupo de creyentes.

Una vez más, Su influjo sobre todas las personas del entorno obligó a las autoridades a forzar un nuevo exilio, esta vez a ‘Akká, actualmente parte de Israel, y por aquellas fechas, población hedionda y mugrienta a la que solían despacharse los peores criminales. Con el tiempo, las condiciones del encarcelamiento mejoraron, en gran parte debido al influjo de ‘Abdu’l-Bahá, el primogénito de Bahá’u’lláh, quien Se ganó el respeto y admiración de la población. ‘Abdu’l-Bahá había reconocido la condición profética de Su padre ya de niño; había soportado la pobreza y la crueldad cuando Su padre fue encarcelado como hereje tras producirse el atentado contra el Shah; experimentó las privaciones y calamidades de la sucesión de exilios. Conforme iba creciendo, comenzó a encarnar todas las virtudes de gentileza, cortesía, generosidad, valor, sabiduría y humildad. Ejemplificó el amor de Dios y de la humanidad. Solía pasar todos los días de Su vida sirviendo a los demás, reportándoles alegría y alivio, particularmente a los pobres, los enfermos y los huérfanos. De joven, actuó en calidad de secretario de Bahá’u’lláh, en una época en la que de la poderosa Pluma de Bahá’u’lláh fluían numerosos volúmenes de Escrituras. ‘Abdu’l-Bahá fue el compañero más estrecho de Bahá’u’lláh; a Su cuidado quedaron confiados los asuntos y menesteres de la familia, incluyendo las negociaciones con los funcionarios y la atención a las cuitas de Sus seguidores. De este modo Bahá’u’lláh podía concentrarse en la labor importantísima de revelar los preceptos los de Su Fe.

Bahá’u’lláh finalmente abandonó la ciudad y pasó los años restantes de Su vida en una vivienda situada en la campiña. Al morir, fue enterrado cerca de ésta. El Santuario constituye hoy día lugar de peregrinación para los bahá’ís.

En Su Testamento Bahá’u’lláh nombró a ‘Abdu’l-Bahá cabeza de la Fe, e intérprete de Sus Escritos, y Ejemplo de Sus Enseñanzas. Se le confirió autoridad divina para aportar guía continua a los bahá’ís. Aunque Bahá’u’lláh había dejado de existir, su propósito y plan continuaron a través de la persona y obra de ‘Abdu’l-Bahá.

De pequeño, ‘Abdu’l-Bahá ya se distinguía de los demás niños. Nacido la misma noche en que el Báb declaraba Su Misión, reconoció la estación de Su Padre cuando era joven y ya entonces expresó su deseo de entregar la vida por Bahá’u’lláh. Al morir Su bienamado Padre, se ocupó incansablemente en escribir volúmenes de respuestas a las preguntas de los bahá’ís, guiando sus actividades, animándoles a elevar sus espíritus. Su labor continuó la obra de Su Padre, pero sin iniciar nada que no hubiera sido ya deseado por Dios y Su Mensajero.

‘Abdu’l-Bahá vivió una vida de simplicidad. Vestía una sola prenda de abrigo que estaba desgastada. Comía con frugalidad, un poco de queso de cabra y pan con té a modo de desayuno. A a veces sólo disponía de una comida al día. Cuando llegaba a Sus oídos que alguien carecía de alimento, solía preparar algo de cena para enviársela al necesitado. Incluso la forma de conversar de ‘Abdu’l-Bahá estaba marcada por la simplicidad. A menudo comenzaba con una referencia a un hecho sencillo de la naturaleza, a partir del cual entreveraba Su mensaje para formar frases claras y directas.

A la edad de setenta años, cuando contaba con una salud quebrada tras años de encarcelamiento, ‘Abdu’l-Bahá emprendió la travesía que le llevó a visitar a los bahá’ís de Occidente y difundir Su bienamada Fe. En primer lugar visitó Londres y París. A continuación, zarpó hacia Norteamérica. Pasados ocho meses allí, volvió a visitar más ciudades de Europa hasta regresar a casa. Impartió alocuciones públicas ante audiencias formadas por personas religiosas, científicos, estudiantes de universidad, clubes femeninos y pobres. Durante dichas ocasiones habló de las enseñanzas bahá’ís adaptando su tenor a los intereses y capacidades específicos de Sus oyentes. Muchas de Sus charlas fueron objeto de seguimiento en los periódicos. Elevó e inspiró el ánimo de éstos y fueron muchos los que se asombraron del grado de comprensión que poseía de los asuntos mundiales pese a haber vivido una vida de exilio y encarcelamiento. Desde el amanecer hasta el ocaso, concedía entrevistas e impartía conferencias. Aún pudo encontrar tiempo para dar generosamente a los pobres, tal como solía hacerlo regularmente en casa. Recibió el título de caballero por Sus abnegados actos de servicio a la población de Haifa.

‘Abdu’l-Bahá falleció en 1921. Los representantes de las confesiones musulmana, cristiana y judía pronunciaron sus elegías ante gentes procedentes de todos los estamentos de la sociedad. En Su Testamento, ‘Abdu’l-Bahá nombró a Su nieto, Shoghi Effendi, sucesor Suyo en calidad de Guardián de la Fe bahá’í. En este mismo Testamento, ‘Abdu’l-Bahá trazaba las líneas maestras del sistema administrativo que Shoghi Effendi habría de desarrollar con autoridad. Y, por supuesto, la tarea del Guardián consistió en asegurar la continuidad de la Fe, poniéndola a salvo de divisiones sectarias.

Shoghi Effendi era descendiente de Bahá’u’lláh por línea materna y del Báb por línea paterna. Creció en el hogar de ‘Abdu’l-Bahá en ‘Akká. Cuando no estaba fuera en la escuela, pasaba la mayor parte del tiempo posible en compañía de ‘Abdu’l-Bahá. Solía aspirar a servirle y dedicarse a trabajar para él. Estudió inglés en la universidad de Oxford a fin de prepararse para servir en calidad de secretario a su Abuelo y como traductor de los escritos bahá’ís al inglés. Llegó a dominar magistralmente el inglés, idioma que podía escribir con más elocuencia, claridad, precisión y profundidad que los propios hablantes nativos. Tenía apenas veinticuatro años de edad y se encontraba todavía en Oxford cuando falleció ‘Abdu’l-Bahá. Apesadumbrado por la repentina desaparición de Su bienamado Abuelo, necesitó algún tiempo para recuperarse del duelo y prepararse para las responsabilidades que le aguardaban. Uno de sus primeros cometidos consistió en cerciorarse de que la Fe bahá’í fuese considerada una religión mundial y conseguir que el gobierno reconociese el Centro Mundial de la Fe bahá’í otorgándole el mismo estatuto de que gozaban otras religiones, como el judaísmo, el cristianismo y el islam. También culminó las labores del Santuario del Báb en Haifa. (Los preciosos restos mortales del Báb habían sido trasladados clandestinamente de lugar en lugar, hasta que al fin fue posible enviarlos a Haifa, en donde Le cupo ‘Abdu’l-Bahá el honor de enterrarlos).

Shoghi Effendi diseñó los jardines que rodean el Santuario y adquirió los terrenos de los demás jardines, que también diseñó en el curso de su ministerio.

Shoghi Effendi tradujo numerosos escritos de Bahá’u’lláh y ‘Abdu’l-Bahá al inglés, asegurándose de que los bahá’ís tuvieran una misma comprensión de los Escritos de la Fe. Redactó una historia de los primeros cien años de la Fe bahá’í. Tradujo cinco volúmenes de los escritos al inglés. Escribió miles de cartas dirigidas a creyentes y comunidades bahá’ís de todo el mundo, cartas en las que en su papel de intérprete explicaba y aclaraba los Escritos bahá’ís. Mantuvo una relación personal con una de las comunidades y sostuvo correspondencia con numerosos individuos destacados, miembros de la realeza, hombres de Estado, catedráticos de universidad y educadores.

Durante el ministerio de ‘Abdu’l-Bahá, no existían aún las asambleas nacionales y escaseaban las asambleas locales. Durante el primer año de su ministerio Shoghi Effendi estipuló los principios que habrían de gobernar el Orden Administrativo bahá’í. Bahá’u’lláh dispuso que no hubiera sacerdotes ni clero en la Fe bahá’í. En toda comunidad en donde residieran nueve o más bahá’ís, podía elegirse la Asamblea Espiritual Local, institución encargada de supervisar los asuntos de la comunidad. La Asamblea no es responsable ante sus electores. Aunque consulta de forma continuada con la comunidad, su responsabilidad lo es con las Enseñanzas de la Fe tal como las reveló Bahá’u’lláh. La autoridad de la administración bahá’í no está destinada a realzar el prestigio de la persona. Antes bien, ésta se mide por la humildad, el sacrificio y el servicio. Las personas deben consultar en sus reuniones de forma franca y amorosa en una atmósfera de respeto, oración, cortesía y dignidad de modo que sus disposiciones y normativas no sobrepujen la naturaleza espiritual de las reuniones. Shoghi Effendi dedicó dieciséis años a sentar las bases sobre las que se erigió la pauta que rige para todas las instituciones administrativas bahá’ís. Ayudó a edificar funciones nacionales sólidas. Creó el Consejo Internacional Bahá’í, precursor de la Casa Universal de Justicia, la institución suprema que gobierna los asuntos de la comunidad bahá’í en todo el mundo.

¿Cómo era Shoghi Effendi personalmente? Se le ha descrito como persona metódica, cabal, dotada de un sentido de la perfección y atención al detalle. También era humilde y abnegado, ajeno a toda adulación o alabanza. No gustaba de fotografiarse, ni deseaba que se celebrara su cumpleaños. También ha sido descrito como una persona dinámica, incansable intensa, dotada de un poder increíble de concentración y gran capacidad de logro. Era astuto y frugal, un decidido negociador, lo que le permitió economizar grandes sumas de dinero que pudo emplear para reinvertirla en nuevas empresas. También era generoso en sus aportaciones a los necesitados y a los bahá’ís a fin de promover sus objetivos. Solía ayudar económicamente en la traducción y publicación de las obras bahá’ís. (La Fe bahá’í se financia exclusivamente con las aportaciones voluntarias que realizan los bahá’ís). Shoghi Effendi no se sintió intimidado por la magnitud de la labor que pesaba sobre sus hombros. Bregó durante treinta y seis años, dedicando su tiempo a labores minuciosas y a abarcar al mismo tiempo el planeta entero con planes, instrucciones y orientaciones detalladas. Él solo garantizó el establecimiento de la Fe a lo largo del mundo y sentó las bases del Orden Administrativo bahá’í. Murió a la edad de sesenta años en Londres.

Tras el fallecimiento de Shoghi Effendi, se comprobó que no había Testamento; no había heredero o familiar bahá’í capaz de colmar los requisitos establecidos por ‘Abdu’l-Bahá para el futuro Guardián. El destino de la Fe pasaba, pues, al cuidado de las Manos de la Causa de Dios, institución originalmente establecida por Bahá’u’lláh a fin de concurrir al desarrollo de la Fe. Éstas personas instruidas actuaban en calidad de consejeros y protectores de la Fe. Las Manos de la Causa, en representación de todos los continentes, se reunieron para decidir los siguientes pasos que habría de dar la Comunidad. Nueve de entre éstos fueron elegidos para servir en el Centro Mundial, desde donde velaron por la protección y promoción de la Fe, de conformidad con la pauta marcada por Shoghi Effendi. En 1963 bajo su cuidado y protección, se verificó la elección de la Casa Universal de Justicia.

Gracias a un sistema de gobierno singular, la Casa Universal de Justicia es elegida por todas las Asambleas Espirituales Nacionales del mundo. Dicho cuerpo legisla en asuntos que no estén expresamente consignados en los Escritos de Bahá’u’lláh. Guía, organiza y unifica los asuntos de los bahá’ís de todo el mundo. Aporta guía espiritual a la comunidad mundial bahá’í, y dirige sus actividades administrativas. La Casa Universal de Justicia es elegida cada cinco años mediante votación libre, democrática y secreta. Las elecciones bahá’ís carecen de nominaciones o elecciones. Los nueve miembros elegidos proceden de diferentes países y cuentan con muy diversas procedencias; no obstante, su labor se desarrolla en aras de la unificación del mundo, de acuerdo con las Enseñanzas de Bahá’u’lláh. La Casa Universal de Justicia es un cuerpo considerado infalible y acogido al cuidado y protección de Bahá’u’lláh, Quien lo guía e inspira.